jueves, 18 de febrero de 2010
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Una noche de un enero que mi familia se había ido de casa (mis vacaciones son en realidad vacaciones cuando todos se van y me dejan la casa para mi sola: hago y deshago a mi antojo en cuanto aspecto se les ocurra) invite amigas a comer. Pizzas, helado y un vino blanco que era una delicia (diciembre abastece mi cava personal dado que mi padrastro es portero, así que acumulamos vinos y champagne para el resto del año por venir) Terminamos, no se como, dibujandonos estupideces con lapiceras de colores, como cuando eramos chicas. Una de esas idioteces que hacemos de vez en cuando, sin motivo, por que si. Cuando vinieron a buscar a mis invitadas sus novios las retaron por ser chiquilinas y no se cuantas cosas mas. Aquí viene el quid de la cuestión: me considero, y se que los demás lo hacen también,una persona bastante seria, adulta y responsable desde que tengo uso de razón. Pero, lo admito, en el fondo soy una nena. Y no lo digo por decir, me reconozco infante en miles de cosas y no me da vergüenza admitirlo. Aun tengo una curiosidad enfermiza, que hace que me pare en el medio de la calle a mirar sin disimulo algo/alguien que me llame la atención, abriendo los ojos grande como para abarcarlo todo. Lloro con asombrosa facilidad. Soy ingenua hasta el paroxismo casi. Creo, siempre hago lo mismo, que la gente es buena hasta que me demuestren lo contrario (y a veces aun después de darme la cabeza contra la pared esgrimo excusas y atenuantes) Una persona que me conoce mas de lo que quisiera (y mas de lo que el se da cuenta inclusive) una vez dijo que era esa dualidad mía lo que le volaba la cabeza, pero también me advirtió que no es bueno andar por la vida con el corazón tan a flor de piel. No coincido. O mejor dicho, reconozco que tiene razón pero me niego a cambiar. En vez de madurar yo, tal vez el resto del mundo podría intentar ser un poco mas infantil. No les parece que seria una mejor opción?
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