martes, 8 de marzo de 2011

Té verde.

Creyó que era cosa de una vez.
Es decir, era consciente de que los impulsos son algo que requiere atención personalizada (una marca personal diría Fede) pero también sostenía que, a sus ojos, era mejor perecer que vivir sin encontrarse a gusto consigo misma.
La falta de decisión no era lo suyo, el problema era la falta de coordinación entre lo que ella consideraba correcto: probablemente el resto del mundo no estaría de acuerdo jamas.
Así que con un suspiro que pretendió condensar días y sobre todo noches de cavilar, empezó.
Con el cuchillo mas filoso que encontró separo las capas de piel con suavidad. Años de cirugía animal la habían preparado para no dañar absolutamente ninguna vena o arteria. El corte fue limpio y preciso. Ignoro la inesperada pintura abstracta que dejo sobre el parquet: ya tendrían tiempo el batallon de sirvientes que acudirían de dejar todo impoluto nuevamente.
No le temblaban las manos ni mucho menos: disociacion, palabra clave: no pensar que era ella la que decía basta de la manera mas drástica que podía imaginar. No sentir como poco a poco los latidos se iban debilitando.
Cuando concluyo, dejo sobre la mesa años de confianza ciega, de justificaciones absurdas a todas luces, años de gritos vueltos susurros para no escandalizar a la familia.
Tomo una hoja y con letra pulcra y estilizada escribió: "Esto es lo que queda. Hace lo que quieras con el, a mi ya no me sirve de nada"
Salio con paso firme, decidido.
Desde ese día, todos los médicos se desvanan los sesos intentando entender como es posible que un ser humano funcione sin corazón.