Me compre una cartera.
Divina, verde militar, o petróleo, como se dice ahora.
Tiene un tramado adelante y los mini herrajes son en dorado.
Lo que mas me gusta es que tiene muchos cierres. Yo necesito cierres.
Cada vez que me compro una cartera o una mochila (cuando me canso de acarrear apuntes en bolsas de cartón que se pueden colgar al hombro o de dejarlos en los lugares mas insólitos) empieza una nueva rutina de organizacion.
Las llaves en el bolsillo mas a mano y con una traba fácil de desarmar. Los cigarrillos (si,creo que volví a fumar) y las monedas en el primero interior, el que tocas instintivamente cada vez que abrís el cierre. Si tiene uno atrás, la plata suelta y la tarjeta de entrada al trabajo. En el segundo interior, los artículos de tocador, el botiquín como le digo yo. Y en el medio el resto: perfume, el libro de turno, las frutas para comer a las cuatro, los lentes, la lapicera y mi mini anotador, al cual le debo varios posts escritos en el 95, sacudida por el "Haciendo Buenos Aires" eterno de Mauri.
La cosa es que el miércoles me compre una cartera nueva, como ya dije.
Y mientras me organizaba de nuevo, con ese secreto placer maniaco-compulsivo que experimento al saber que estoy dejando cada-cosa-en-su-lugar por primera vez nuevamente, pensé en cuan sencilla sera mi vida si a cada desastre le pudiera asignar un bolsillo, con su correspondiente cierre: iría por la vida sacando de a uno por vez los amantes, los amigos perdidos, los jefes asquerosamente irreales, de esos que ni el mejor imaginador podría crear tan retorcidamente perfectos, para usarlos cuando sean necesarios y después vuelta al bolsillo, sin trauma ni necesidad de un pucho para calmar la respiración de nuevo.